Reina mi dueño vestido de grandeza y señorío
ataviado con halos de luz, ceñido de poder
regio, magnífico, inconmovible
su trono está eregido en la eternidad
Su voz es melodiosa, cálida y dulce
pero, en ocasiones, se llena de bramidos
y fragores
mayores que los de las aguas caudalosas
más regio y augusto que el mar en sus rompientes
con los amantes de la noche
y las malas artes,
implacable
en sus juicios y
decisiones...
¡ Inapelable!
Ah,
¡Quién me diera liviano plumaje de paloma
para poder volar y hallar reposo!
Marcharía lejos, muy lejos
me alojaría entre las arenas ardientes del desierto.
Hallaría enseguida un escondrijo
para abandonar el cuerpo,
desnudar de ira y enojo
de viento tormentoso
y borrasca
el alma...
¡Cuando ruge su tempestad
no hay para mi cobija
ni oculta inmensidad
donde morar,
a las conciencias apela
y reclama,
con un ¡ Tan feroz rugido!
que ya nada ni nadie
su grito acalla…!