Salí al Bosque palaciego
y ocupé mi sillón de poderdante
estaba amaneciendo luceros,
se disipaban las últimas lluvias.
El astro rey despegaba su pupila
en un cielo paralelepípedo
prometiendo mil azules con ribetes de oro…
Tuve la prerrogativa de ser la primera
en aparcar mi mirada en él…
sin importar la preterición a que fui sometida
observando complacida
que no hubo postergación en el trino de las aves,
sin retraso se colapsó la pequeñez de la lluvia
la dejadez, apatía e indolencia de un cielo gris y plomizo…
Luego, a continuación, todo cambió,
se trepanaron las tinieblas
el lenguaje se hizo ¡ quimérico! utópico…
ya no hubo silencio...
y fui en mi contemplación, agasajada
con una pausa, tras la cual,
la orquesta inició una alborada
sus primeros compases con rigurosa
solemnidad… y todo aquello...
eclipsando lo que antes era oscuro, sombrío,
que estaba ensombrecido,
como enlutado se iluminó.
Robles y hayas, cipreses, álamos sauces y castaños,
aplaudieron entusiasmados,
sonaron las voces de los niños,
y fue entonces cuando...
de pie:
sobre la grama verdosa de aquel vergel de ensueños
las grandes flores y florecillas silvestres
despertaron a la luz …
abrieron sus pétalos con veneración,
las aves trenzaron lianas...
Y supe que entre todos
íbamos a coronarla ¡Reina!...
Cuando al dintel llegó Ella…
la Gran Dama y Señora, tan sonrosada y bella,
tan perfumada y lozana
tan delicada y magníficamente coloreada
ya no me cupo la mínima duda
supe entusiasmada
que al fin, Oh, my God!*
ya es…
