Poemas
La coleccionista de Manhathan

martes, 25 de octubre de 2016


La coleccionista de  Manhattan





Erik Freyman









Ya hace dos siglos y todavía lo recuerdo,
cual si fuese hoy…


Fue  un  importante encuentro,
entre un hombre y una mujer,
de cariz  fundamentalmente romántico,
en la anatomía experimental de mi desnortada vida
de reinventora de absurdos e incongruencias,
sed de emociones, experimentos fascinantes,
rocambolescas,  impensadas y excitantes  aventuras,
a vuelos y viajes



Por aquel entonces daba cobijo a gatos
y perros abandonados.
Ayudaba a las mariposas en apuros,
dialogaba con árboles y aves,
saludando diariamente al sol y al mar.
Coleccionaba objetos extraños,
fruslerías, metales, joyas, piedras preciosas,
y elementos  superfluos  que hablaban del surrealismo
de una aparentemente utilidad,
a los que yo desterraba de su uso habitual,
sedienta de nuevas ideas.

Aquel elemento con el que me topé
no era un costoso lienzo de Van Gogh,
ni poseía el peso aquilatado y destello deslumbrante del Koh-I-Noor
tampoco era uno de esos fastuosos palacios del Rin,
o una valiosa obra del Louvre.
Tan solo ...
un ser animado, dotado de  vida propia
de nombre  Richard,
cuando él  casualmente curioseaba las estolas variopintas
  de mi Parque de las Brisas Doradas,
y quiso el Hado que nos topásemos.
El jugando al despiste, tatareaba un son alegre y pegadizo,
al que yo respondí alegremente,
trenzando rítmicos e impecables  pasos de danza.

Ya frente a frente nos miramos fijamente
con curiosidad,
y descubrimos un apacible atardecer conciliable,
sellando tal aceptación, con un armisticio de buena voluntad,
después de observarnos detenidamente mirándonos a los ojos
durante unos  fugaces  instantes.
Aceptó formar parte de mi  inusual y  variopinto  museo
en Usa.


Surcando el espacio juntos,
llegamos a mágica ciudad de los rascacielos,
esa que   jamás duerme,
y al posar nuestros pies en su asfalto,
me tomó dulcemente entre sus brazos
y ya éramos uno solo,  cuando involuntariamente
se nos encendió una mutua y graciosa  sonrisa
de simpatía y complicidad.

Lo guie hasta mi casa- museo, en Manhattan…

Él sí que era un elemento vistoso y decorativo,
sus ojos eran  apacibles, como el lago de mis amores,  en Primavera,
sus cabellos  doradas y suaves espigas de oro,
los dedos de su mano,  largos y elegantes;
la figura armoniosa,  muy alto y bien formado…
Y…
Sabía bailar, algo indispensable para mí…
además entendía de “ moda, diseño  y trapitos”
y me aconsejaba, a toda hora,
con su bella sonrisa   de  alba ribeteada de  eternidad.

Así danzamos felices bajo las lunas de Agosto
seleccionando nuestros mutuos ropajes musicales predilectos,
yo elegí a Carmen Cavallaro,  y   Mancini,  solía hacerlo,
aún  en los otoños negro-azules de mi séptimo cielo
bajo las estrellas de Manhattan…

Él salía a curiosear y siempre regresaba con
algo  carente de utilidad,  pero...¡ Tan bello y original,
que nos hacía felices a ambos…
tratando de descubrir para qué podía utilizarse?

Mas...
Un día terrible… se desencadenó el principio del,  fin:


Primero él trajo un globo aerostático
de grandes dimensiones, al que hicimos un hueco,
compactando alguna bisutería inservible,
en la terraza de nuestra setenta y una planta,
otro estuvo cincuenta y tres largos días  
hablando en esperanto y lenguas muertas.
Rogándome finalmente
que  caminásemos  sobre el centro de los azulejos
sin pisar las rayas que los unía,
algo que los irritaba enormemente.

Empeñándose , en que saliésemos a dar un paseo
por entre las nubes,   para  volar y acariciar  estrellas,
pero - sin  globo- diciendo venga ¡ Vamos!
Yo dije ¡ No!- con horror-
Entonces él se fue por los aires, no sin antes darme
un beso largo, largo. Un larguísimo  beso de amor
dejando en mi boca
la resplandeciente flor de su sonrisa,
diciéndome….¡ Volveré amor,
voy a buscar una rosa para ti, mi vida !

Y setenta y una plantas más abajo
desapareció para ya no volver.

¡Qué tristeza! Extrañé a Richard...



Ahora sé que , a veces,  una sola palabra
podría haber significado mucho,
cuando se da en reclamar a
la presencia
de un ayer extraño y sombrío…

¡Richard mi amor, I love you, Sé que regresarás
y que en alguna de nuestras próximas vidas
reanudaremos el gozo de aquel  beso y rosa
que un lejano día  me prometiste.

*


©Ann Louise Gordon
Octuber, 02,2014
LACAUSA

Música
Carmen Cavallaro
Manhattan



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