Atrás quedaron aquellos gratos días,
en los que florecería la campiña,
se oía cantar a la alondra,
al cuco.
Días soleados en que los cielos se abarrotaban
de bandadas de golondrinas.
Días que crecían, noches que menguaban.
¡Qué gozo, volver a ver a las cigüeñas regresar,
y a las montañas desprenderse de su manto blanco
en el mes azul de la claridad.
Después los días se fueron sucediendo,
las playas se poblaron
de música,bullicio y alboroto,
de las mil una risas y gritos,
de tantos y tantos niños felices.
Maduraron los frutos,
uvas, higos, sandía, melón.
Llegó la vendimia,
la recolección de la miel,
y exhalado su último suspiro vital,
por San Miguel,
la estación se fue.
HOY…
Cerradas puertas, ventanales,
y casa, tomo rumbo a la bella ciudad,
de la casa victoriana,
la de los mil un vericuetos,
prodigiosos milagros, misterios,
y pasadizos secretos
de S.F.*
muy de mi agrado,
donde siempre creo oír
esa eterna melodía que jamás finaliza,
para confiada...
MAÑANA...
Partir, al alba, al encuentro de otro hemisferio,
un vergel paradisiaco de dos estaciones,
la húmeda y la seca.
En la primera me complaceré en
emular a Noé con su arca y navegar,
y, para la segunda adecuaré la rosácea nube paterna
y el reino que heredé de mis ancestros,
dotándolos de terrenales e indestructibles cimientos,
de soleados días interminables
y puertas abiertas…